| Esta 
              obra, largamente meditada y trabajada, cierra un ciclo. El hombre 
              que se adentró en los misterios de la España Mágica 
              con Gárgoris y 
              Habidis y descendió a los infiernos de 
              la España Trágica —la de la guerra civil— 
              en   Muertes paralelas 
              arremete ahora contra la España de hoy, náufraga y 
              hortera, estúpida, maltrecha, maleducada, desnortada, despojada 
              de valores y devastada por la envidia y la mala leche, por el materialismo 
              y el relativismo, por el todo vale, por el nada importa, por la 
              telebasura, la sinvergonzonería, el mal gusto, la agresividad, 
              la ramplonería de los políticos, la censura impuesta 
              por el credo inquisitorial de la corrección política, 
              la santificación de la picaresca, la glorificación 
              de la chapuza y la demoníaca resurrección de todos 
              los fantasmas de un país que una y otra vez, a lo largo de 
              su historia, se obstina en negarse a sí mismo. Dragó, 
              como tantos otros españoles que, sin duda, se reconocerán 
              en este libro, está harto de esa España, que no es 
              la suya ni la que en otras etapas de su vida conoció, y bufa, 
              patalea, grita, insulta, ataca, llora, se revuelve, escarba, compara, 
              analiza, critica, reflexiona y convierte las razones de su razón 
              y las sinrazones del país en sentimiento dolorido, indignado, 
              emocionado y, a la postre, esperanzado. Escribe a contraespaña, 
              sí, pero es precisamente en la esgrima de esa refriega, en 
              el estallido de su bronco y monumental enfado, donde el autor recupera, 
              por transversas y sorprendentes vías, el genius loci, 
              escucha la voz de la tierra, tiende la mano a su gente y se reconcilia, 
              hasta cierto punto, con el país en el que vino al mundo. 
              Esta obra —a la vez libelo y flagelo— es un hachazo, 
              un latigazo, un aldabonazo: Dragó. El lector, como siempre, 
              lo amará o lo odiará, pero no saldrá ileso 
              de tan brava lucha con el ángel y el diablo de Iberia. |